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Retorno al infierno: Sobrevivientes vuelven al cuartel Los Cabitos

Por Jo-Marie Burt y María Rodríguez (*)

Imagínate que hace varios años atrás, te detuvieron, acusado de terrorismo y te llevaron a un cuartel militar, donde te sometieron a brutales torturas. Imagínate que después de un tiempo se dieron cuenta de que no eras terrorista y te soltaron. Sabes que tuviste suerte, pero igual te sientes mal porque muchas personas no corrieron la misma suerte, sabes que otras personas fueron asesinadas y otras desaparecidas para siempre. Pero el conocimiento de tu suerte no alivia el recuerdo del dolor y la humillación que sufriste. Imagínate tener que volver al cuartel donde te sucedieron estas cosas para verificar ante las autoridades judiciales lo que viviste.

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Frontis del cuartel Los Cabitos en la actualidad (Foto María Rodríguez)
Frontis del cuartel Los Cabitos en la actualidad (Foto María Rodríguez)
Frontis del cuartel Los Cabitos en la actualidad
(Foto María Rodríguez)
Eso es lo hicieron varios peruanos y peruanas la semana pasada en Ayacucho. Son los testigos del caso Los Cabitos, que acompañaron a los jueces, fiscales y abogados a la inspección ocular de la base militar y a los centros de inteligencia conocidos como las “casas rosadas”, lugares que se convirtieron en centros de reclusión, tortura, ejecución extrajudicial y desaparición forzada en los años iniciales del conflicto armado interno que vivió el Perú entre 1980 y 2000.

El relato que sigue da cuenta de ese proceso. Sucedió durante la tercera visita del colegiado de la Sala Penal Nacional presidida por el magistrado Ricardo Brousset que viajó a Huamanga para recoger los testimonios de sobrevivientes y familiares de víctimas y realizar las inspecciones de los tres locales mencionados, así como de la zona conocida como La Hoyada, explanada contigua al cuartel donde unos años atrás se halló los restos de 109 personas, entre cuerpos enteros e incompletos y un total de 30 kilogramos de restos humanos carbonizados.

Día 1: Los testimonios

Las audiencias se realizaron en la sede de la Corte Superior de Ayacucho. Solo acudieron dos acusados: Pedro Paz Avendaño, ex jefe del Destacamento de Inteligencia, y Humberto Orbegoso Talavera, ex jefe del cuartel Los Cabitos (1), y su abogado Franco de la Cuba. También estuvieron presentes la Fiscal Superior, Luz del Carmen Ibañez; la doctora Gloria Cano, directora ejecutiva de APRODEH y representante de la parte civil; y un equipo de acompañamiento conformado por personal del Ministerio de Salud, REDINFA, APRODEH y la Red de Salud, quienes ofrecieron soporte psicológico a los afectados durante los tres días de procesos judiciales (2).

La Sala recogió el testimonio de nueve personas: un periodista, un abogado de derechos humanos, una víctima de tortura y seis familiares de detenidos-desaparecidos. Los testigos relataron, desde su propia experiencia, los hechos de violencia que vivieron en Huamanga en el año 1983.

Testigos de contexto: Los militares eran “omnipotentes”

Mario Cueto Cárdenas fue corresponsal por RPP Noticias en Ayacucho durante el periodo de violencia. Narró las limitaciones que enfrentó la prensa y la pobreza del sistema de comunicaciones en esa época. En particular, explicó lo difícil que era compartir información con los familiares y reportar las denuncias de detenciones y desapariciones forzadas. A diferencia de las abundantes noticias de personas asesinadas por Sendero Luminoso -el “pan de cada día” de la prensa peruana, según el testigo- ellos reportaban una o dos veces por semana sobre los muertos en los botaderos de Puracuti e Infiernillo: “Cuando veíamos cadáveres con balas en la frente y signos de torturas”, afirmó, “[sabíamos que] eran de las fuerzas del orden”.

Relató cómo, todos los domingos, el jefe del Comando Político Militar (CPM), general Clemente Noel (ya fallecido), participaba en el izamiento del pabellón nacional en la plaza de Huamanga. Acudían autoridades locales. Por su parte, Noel estaba siempre acompañado de efectivos militares. Al finalizar la ceremonia, el General se acercaba a los periodistas, pero siempre negaba las acusaciones de la desaparición forzada de personas.

Luego testificó Mario Enrique Cavalcanti Gamboa, en 1983, el presidente del Comité de Derechos Humanos del Colegio de Abogados. Parte de su labor fue recibir denuncias por detenciones y desapariciones forzadas, así como copias de las denuncias que los familiares o sus abogados hacían llegar a la fiscalía. La fiscalía estaba “muy limitada en sus funciones” en materia de derechos humanos, aseveró: no verificaba los lugares donde se sabía había restos humanos, tampoco hacía seguimiento a las denuncias. Esto sucedía por presiones del jefe del CPM, quien era “prácticamente omnipotente”.

La inoperancia de la fiscalía en esa época fue comprobada por los familiares de las víctimas en sus testimonios. Los testigos también relataron historias que corroboran el modus operandi de las fuerzas del orden al momento de efectuar las detenciones en Ayacucho en 1983: siempre en altas horas de la noche y durante el toque de queda impuesto por el CPM, decenas de soldados encapuchados, vestidos con pantalón verde claro, cafarenas negras, botas y armas largas y cortas irrumpían en las casas de Huamanga; con gritos, golpes e insultos se llevaban a sus víctimas sin decir adónde ni porqué. En muchos casos, fue la última vez que los familiares vieron con vida a sus hijos, padres o hermanos.

La desaparición forzada de un profesor

Audiencia en Huamanga
Audiencia en Huamanga
Audiencia en HuamangaAsí pasó con Kío Clímaco, quien declaró por la desaparición forzada de su padre, Octavio Clímaco Chuchón, un profesor en Vischongo que había ido a Huamanga a cobrar su sueldo. Varios efectivos militares irrumpieron en su casa, algunos por el techo y otros por la puerta, y se lo llevaron. Al día siguiente, lo buscaron en la PIP y la comisaría pero la respuesta siempre fue la misma: “acá no hay nada”, “acá todavía no se ha registrado”. Con un abogado fue a la Fiscalía, donde le recomendaron ir al cuartel Los Cabitos a buscarlo, pero no obtuvo ninguna información. Ante esa situación fue a los botaderos, “donde los chanchos comen a los muertos”, según las palabras de Kío Clímaco. Pudo ver varios cuerpos tirados, llenos de espinas, moreteados, pero no el de su padre. Hasta ahora sigue desaparecido.

Dos familias destrozadas por la desaparición de sus familiares

Walter Rómulo Cueto Huamancusi fue detenido y desaparecido el 8 de noviembre de 1983. Así testificó su madre, Isabel Huamancusi, y su hermana, Gladys Cueto. Era de noche, todos estaban durmiendo cuando efectivos militares irrumpieron en la casa. Gladys quien tenía 17 años en ese momento, testificó que despertó abruptamente, pues los militares la comenzaron a golpear. Vio a su mamá parada contra la pared, con las manos hacia arriba. De reojo vio que su hermano, con los ojos vendados y las manos atadas hacia atrás, era llevado por las fuerzas de seguridad. “¡Mamá, se están llevando a Walter!” exclamó, lo cual motivó que uno de los efectivos le diera un culetazo en la espalda. Se quedó calladita, recordó, en medio de un llanto desconsolado. No les permitieron hablar; tampoco les dieron razones de por qué se estaban llevando a su hermano.

Madre e hija buscaron a su hermano en la PIP, la comisaría y el cuartel Los Cabitos. Allí solo recibieron negativas y amenazas de muerte. Días después les informaron que su hermano había sido asesinado, que lo busquen en el botadero Puracuti, pero no lo hallaron. “¡Hasta ahora no sabemos nada!”, exclamó Gladys ante el tribunal. A pesar de que la familia hizo la denuncia por desaparición forzada, ni la fiscalía ni ninguna otra autoridad les hizo caso. Años después, en 1998, Gladys y su familia tuvieron información sobre el asesinato de su hermano. Un hombre les contó que estuvo detenido con varias personas, todos con los ojos vendados. Llamaron a cuatro por su nombre, entre ellos a Walter, los desnudaron y los ajusticiaron en Puracuti. Luego les echaron ácido, quizás por eso nunca hallaron su cuerpo.

La señora Isabel Huamancusi se dirigió al tribunal en quechua. Contó a los magistrados que no solo había perdido a su hijo Walter. En 1990, su hijo Julio César, de 15 años, fue asesinado por militares frente a su casa. Habían llegado a la casa para detenerlo, pero logró escapar, incluso esquivó las balas, pero no por mucho. Unas cuadras más allá de la casa, la señora halló muerto a su hijo, su cuerpo inclinado sobre una piedra, con una bala en la cabeza. Denunció el asesinato a la fiscalía, pero el caso fue archivado. Entre lágrimas, la señora Huamanacusi finalizó su declaración exigiendo justicia. Afirmó que sigue buscando y seguirá buscando, hasta que le digan por qué a uno de sus hijos lo desaparecieron y a otro lo mataron.

La audiencia continuó con el caso de Oswaldo Cárdenas Quispe, detenido y desaparecido el 30 de noviembre de 1983. Declararon sus hermanos Magdalena y Efraín, y su madre Eleodora. La señora testificó en quechua y explicó con mucho detalle cómo fue detenido su hijo y el vía crucis que experimentó su familia al buscarlo. Lograron confirmar que Oswaldo estuvo recluido en Los Cabitos gracias a un soldado huancaíno que se conmovió por su situación y que les ayudó a pasarle comida por dos semanas. Pero un día, este mismo soldado les dijo que se lo habían llevado en helicóptero, sin saber adónde. No volvieron a saber de Oswaldo hasta hace unos meses cuando reconocieron su polo en una exhibición de prendas.

Cuando lo detuvieron, Oswaldo Cárdenas Quispe tenía 16 años y era escolar. Ni siquiera lo buscaban a él sino a un tal “Javier”. Mientras se lo llevaban, su hermana buscó la boleta militar donde constataba su nombre y la mostró a los militares para que lo suelten: “aquí está jefe, sus documentos”, pero no le hicieron caso. Igual se lo llevaron. En la búsqueda de su hijo desaparecido, la señora Quispe se encontró con gente inescrupulosa que quisieron aprovecharse de su desesperación: una mujer le ofreció información sobre su hijo a cambio de dinero; un militar le dijo que era “el dueño del cuartel” y que le haría conversar con su hijo por radio si le llevaba dos gallinas grandes. Años después su esposo también fue asesinado por militares de Chuschi. En uno de sus viajes, se encontró con efectivos militares; trastornado por el dolor y por los efectos del alcohol, los insultó y les gritó, “¡Asesinos!”. Lo mataron a balazos.

“Sabían lo que pasaba”: Testimonio de un sobreviviente de Los Cabitos

Mauro Ramos asistió a la Sala para declarar sobre las torturas sufridas en el cuartel Los Cabitos. Agrónomo de profesión, relató que tenía 20 años cuando fue sacado de su casa, el 20 de setiembre de 1983, en una redada efectuada por militares y comandada por cinco hombres vestidos de civil, con acento costeño. Una vecina que sufría de alteraciones mentales lo sindicó a él y 15 vecinos de la zona como senderistas.

Fue llevado al cuartel Los Cabitos. Pudo reconocer varios de los ambientes pues había hecho el servicio militar en el cuartel entre 1981 y 1982. Contó que fue sometido al colgamiento, el ahogamiento y la electricidad en la planta de los pies, el mismo ciclo de torturas que otros testigos en este juicio han relatado. Quienes aplicaban las torturas y amenazaban a los detenidos, dijo, tenían acento costeño. Fue obligado a ver cómo torturaban a tres de sus vecinos. En otro momento, presenció la violación a una joven por parte de soldados de la tropa dentro del cuartel.

A la pregunta cómo logró salir del cuartel Los Cabitos, Ramos respondió que fue gracias a su cuñado que era miembro del Ejército. Él solicitó la liberación de los 15 vecinos que habían ingresado juntos. Mauro Ramos estuvo 20 días en el cuartel y luego, 15 días en la PIP, donde le tomaron su manifestación y lo soltaron. Sin embargo, quedó con antecedentes penales y en los años siguientes fue detenido varias veces, según él, “para fastidiarlo” pues en una ocasión, sin razón alguna, lo llevaron preso hasta el Palacio de Justicia de Lima. No pudo contener el llanto y la impotencia por lo que sufrió, pues ha vivido con el estigma de ser considerado “un terrorista, un asesino”. Pidió a la Sala “que acabe esta situación ya” y que se haga justicia. Los imputados “no pueden tapar el sol con un dedo,” dijo. “Ellos sabían lo que pasaba”.

Día 2: La inspección de las Casas Rosadas

Casa Rosada de Urb. Mariscal Cáceres
Casa Rosada de Urb. Mariscal Cáceres
Casa Rosada de Urb. Mariscal Cáceres

 Casa Rosada de Urb. Jardín. Ambas fueron sedes del destacamento de inteligencia del Ejército en Huamanga desde 1983
Casa Rosada de Urb. Jardín. Ambas fueron sedes del destacamento de inteligencia del Ejército en Huamanga desde 1983
Casa Rosada de Urb. Jardín.
Ambas fueron sedes del destacamento de inteligencia del Ejército en Huamanga desde 1983

La Casa Rosada más antigua, ubicada en la urbanización Mariscal Cáceres, funcionó como sede del destacamento de inteligencia desde inicios de 1983 hasta noviembre del mismo año (3). Por afuera, no ha cambiado mucho; es el mismo frontis que aparece en una fotografía del libro “Muerte en Pentagonito”. Hoy es sede de la Cruz Roja Internacional.

Las partes del proceso judicial fueron llegando al local. Como es de suponer, los jueces y la fiscal arribaron a la diligencia en camionetas oficiales. Los acusados y su abogado se apersonaron en una camioneta negra y con lunas polarizadas. El acusado Orbegoso Talavera caminaba con gafas oscuras y cubriéndose el rostro con un periódico, a diferencia de Paz Avendaño, que no tenía reparos en ser fotografiado.

2 Visita Casa Rosada Urb. Mariscal Caceres 3

Visita Casa Rosada Urb Mariscal Caceres
Visita Casa Rosada Urb Mariscal Caceres
Visita Casa Rosada
Urb Mariscal Caceres
Conversamos con una de las vecinas del local que vive en la zona desde inicios de los 80. Ella describió que en una ocasión escuchó fuertes gritos de mujeres. Dijo, además, que su empleada oía continuamente gritos y lamentos tanto de varones como de mujeres, y música a alto volumen. Fuera de la casa había una garita, con dos hombres vestidos de civil que hacían labores de seguridad.

La segunda Casa Rosada se ubica en la urbanización Jardín. Funcionó como sede de inteligencia a partir de noviembre del año 1983. Antes de ingresar, hubo un desencuentro entre la fiscal y el acusado Paz Avendaño sobre cuál era la casa. Pero la diligencia ya estaba establecida e ingresaron a la casa determinada previamente por la fiscalía.

Afuera, esperaba el señor Teodosio Borda Quispe, de 86 años. Su hijo Jesús Borda Chipana había sido sacado de su casa por efectivos militares vestidos de civil en noviembre de 1983. En su búsqueda fue hasta esta misma vivienda, la Casa Rosada, y reconoció la camioneta verde en que se habían llevado a su hijo. Dos efectivos vestidos de civil y armados le cerraron el paso. No pudo acercarse más. El señor Borda Quispe entregó esta información a los jueces, señalando dónde vio la camioneta estacionada y cómo los efectivos lo apartaron del lugar. Él ya había ofrecido su declaración oficial a la Sala en junio del 2012.

Teodosio Borda relata a los jueces cuando acudió a la Casa Rosada
Teodosio Borda relata a los jueces cuando acudió a la Casa Rosada
Teodosio Borda relata a los jueces cuando acudió a la Casa Rosada

Procesado Paz Avendaño observa desde atrás, la declaración de Teodosio Borda
Procesado Paz Avendaño observa desde atrás, la declaración de Teodosio Borda
Procesado Paz Avendaño observa desde atrás, la declaración de Teodosio Borda

Día 3: Volver, 30 años después. La inspección a Cabitos y La Hoyada

El cuartel del horror

Varios

Sobrevivientes del cuartel Cabitos narrando a los jueces y fiscal sobre sus recuerdos de los días en reclusión
Sobrevivientes del cuartel Cabitos narrando a los jueces y fiscal sobre sus recuerdos de los días en reclusión
Sobrevivientes del cuartel Cabitos narrando a los jueces y
fiscal sobre sus recuerdos de los días en reclusión
de quienes testificaron en este juicio sobre su reclusión y las torturas que sufrieron en Los Cabitos fueron convocados a participar en la inspección judicial al cuartel (4). No era tarea sencilla regresar al cuartel del horror, 30 años después, para dar cuenta de sus recuerdos de su detención. Su nerviosismo y su temor eran visibles, pero se armaron de valor, pues sabían que su presencia y la información que iban a proveer serían importantes en su larga búsqueda por verdad y justicia.

Los testigos narraron a los jueces haber visto el frontis del cuartel, algunos cuando ingresaron, otros, cuando fueron liberados. Mencionaron que el cuartel había cambiado mucho: no estaba el arco de la entrada, tampoco la estatua y las paredes del costado eran más bajas. Afuera, recordaron, se encontraba una tranquera y a los alrededores no había casas, sino que era pampón y había algunos tunales. Mientras se daban estas primeras declaraciones, la fiscal Ibañez preguntó por los procesados. “Están adentro haciendo coordinaciones”, fue la respuesta. Efectivamente, Paz Avendaño y Orbegoso Talavera estaban tras la reja, dentro del cuartel, conversando y coordinando con los militares de la base y evitando ser fotografiados.

Ya dentro del cuartel, una diligencia de aproximadamente 30 personas se dirigió por una pista que hace 30 años era de tierra. Una de las primeras instalaciones que visitaron, a unos 200 metros de la puerta principal, fue el lugar de residencia de los altos mandos militares en 1983. El primer bloque había sido la vivienda del general Clemente Noel. En el segundo bloque, vivía y trabajaba el acusado Orbegoso; en el tercero, en casas contiguas, residían los coroneles Carbajal, Millones y Saldaña, también acusados en este proceso.

Caminando por la misma pista, arribaron al cuartel Domingo Ayarza. Varios testigos reconocieron uno de los ambientes como el primer lugar a donde fueron conducidos. Era de adobe y se veía deteriorado y antiguo. “Aquí me pusieron la primera capucha y me llevaron allá al rincón”, mencionó un testigo. Otro dijo que en ese ambiente le tomaron sus datos, luego lo vendaron y no pudo ver más. Fuera de este recinto, hacia el lado derecho, reconocieron los restos de unas construcciones de adobe y barro: eran las covachas, cubículos de un metro por un metro con techo de calamina, donde decenas de detenidos fueron recluidos, en condiciones infrahumanas.

Los jueces y demás participantes en la diligencia siguieron caminando hasta llegar a unas canchas de frontón y fulbito, y una piscina. El acusado Orbegoso mencionó que las canchas eran recientes, pero que no recordaba sobre la existencia de una piscina. Pero uno de los testigos que había servido en el cuartel entre 1981 y 1982, recordó que en esa zona sí existió una piscina de 25 a 30 metros. Otros testigos recordaron no solo la piscina donde los zambullían atados a una escalera, sino también otro ambiente contiguo: la sala de torturas. Estos ambientes no aparecieron en el registro de construcción del cuartel Los Cabitos, documento que en ese momento de la inspección fue ofrecido como prueba por la defensa. El mismo comandante Muñoz, jefe de guarnición del cuartel que acompañó a la Sala en la diligencia, manifestó que varias de las construcciones internas no estaban registradas.

Hacia el final del cuartel, cerca al torreón y a la segunda salida que colinda con La Hoyada, llegaron al ambiente de Maestranza. Los testigos reconocieron de inmediato este ambiente: Allí les interrogaron y les practicaron la tortura del colgamiento; aún se veían las vigas por donde colgaban las sogas. Más allá, estaba otro ambiente conocido como La Chanchería. Mauro Ramos, el ex soldado del cuartel que testificó dos días antes, recordó que a principios de los 80 ahí había animales, pero que en 1983 se convirtió en un lugar de torturas muy temido y conocido por los soldados. Cuando estuvo preso, los soldados decían: “si te llevan a la zona de la Chanchería, ya no sales”.

Al finalizar esta parte de la inspección, varios de los testigos ya se habían retirado. El recorrido era largo, algunos ancianos no pudieron caminar todo el tramo del cuartel. Otros testigos referían que no pudieron ver más porque estuvieron vendados o encapuchados, entonces la Sala les autorizó a retirarse. Era palpable el temor que muchos de los testigos aún sentían, miedo de que tal vez “los agarren” nuevamente.

La Hoyada: Las cenizas del olvido

Visita La Hoyada 5 Equipo Médico Forense guiando a la Sala con el Informe Visita La Hoyada Procesados Avendaño y Orbegoso

Izq.: Jueces dirigidos por parte del Equipo Médido Forense, a través de la explanada de La Hoyada. Der.: Procesados Paz Avendaño y Orbegoso Talavera.

Jueces dirigidos por parte del Equipo Médido Forense, a través de la explanada de La Hoyada
Jueces dirigidos por parte del Equipo Médido Forense, a través de la explanada de La Hoyada
Jueces dirigidos por parte del Equipo
Médido Forense, a través de la
explanada de La Hoyada
Procesados Paz Avendaño y Orbegoso Talavera
Procesados Paz Avendaño y Orbegoso Talavera
Procesados Paz Avendaño y
Orbegoso Talavera

En La Hoyada, algunos familiares de ANFASEP esperaban la llegada de la Sala. Estaba Mama Angélica Mendoza con la fotografía de su hijo Arquímedes, e Isabel Huamancusi, con la foto enmarcada de su hijo Walter. También estaba Adelina García, quien nos contó que antes, La Hoyada era una pampa donde los soldados hacían sus prácticas de tiro. “Siempre veníamos” -recordaba Adelina- “pero no nos dejaban entrar, hasta las exhumaciones en el 2005”. Efectivamente, en ese año miembros del Equipo Médico Forense del Instituto de Medicina Legal realizaron excavaciones en la zona de La Hoyada, con hallazgos macabros.

Visita a La Hoyada
Visita a La Hoyada
Visita a La HoyadaLa Sala, que había salido del cuartel Los Cabitos por la puerta trasera, fue dirigida por el antropólogo forense, el arqueólogo y el médico legista miembros de este equipo. Con el Informe Antropológico Forense en mano, señalaron a los jueces las zonas donde encontraron las fosas con los cuerpos enteros y los restos parciales; las cenizas cerca a la quebrada; el perímetro de los ladrillos destrozados, vestigios del horno donde se quemaron cientos de cuerpos humanos, y el tanque de combustible. La Sala recorrió la explanada, tomando fotografías y filmando, constatando lo que se había establecido en el voluminoso Informe de cuatro tomos presentado como prueba del caso por la fiscalía.

La inspección llegó a su fin casi a las dos de la tarde. Los familiares y la doctora Gloria Cano resaltaron la importancia de esta diligencia, pues se había comprobado la existencia de los lugares de tortura y el hallazgo de los restos humanos. La doctora Cano reconoció la valentía de los familiares pues “si no fuera por ellos no se hubiera exhumado, ni siquiera se hubiera iniciado la investigación”.

Por su lado, los familiares exigieron que el Gobierno Regional de Ayacucho cumpla con la promesa de convertir a La Hoyada en un “Santuario de la Memoria”. Cada año más viviendas se van construyendo en la explanada. En algunos casos se han construido casas sobre las excavaciones realizadas por el Instituto de Medicina Legal. Pareciera un intento más de enterrar la verdad, esta vez con ladrillos y cemento.

Notas:

(1) Cuatro imputados fueron eximidos de asistir por motivos de salud: Gral. (r) Carlos Briceño Zevallos, ex Jefe del Comando Conjunto de las FFAA; Crl. (r) Julio Carbajal D’Angelo, 2º Comandante de la 2º zona de Infantería; Crl. (r) Carlos Millones D’Estefano, ex Jefe del Estado Mayor Operativo; y Crl. (r) Roberto Saldaña Vásquez, ex Jefe del Estado Mayor Administrativo. El acusado Arturo Moreno Alcántara, ex Jefe de la Sección Contrasubversiva de la Casa Rosada, se encuentra prófugo en Chile. (^^^)

(2) Además, han estado acompañando a los familiares en diversos procesos como las exhumaciones o la identificación de prendas. (^^^)

(3) Jaime Urrutia habló de este local cuando testificó en el caso. Ver: Antropólogo Jaime Urrutia testifica sobre las torturas sufridas en el cuartel Los Cabitos (^^^)

(4) Ver: Juicio por el caso Cabitos: Crónicas de las audiencias en Ayacucho (Parte I) y “Ya te fregaste, estás en el cuartel” (^^^)

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* Jo-Marie Burt es profesora de ciencia política y directora del Programa de Estudios Latinoamericanos de George Mason University. Es autora del libro, Violencia y autoritarismo en el Perú: Bajo la sombra de Sendero y la dictadura de Fujimori (Instituto de Estudios Peruanos, 2011, 2nda ed.). En 2010 tuvo la cátedra “Alberto Flores Galindo” en la Pontificia Universidad Católica del Perú. Dirige el proyecto de investigación Human Rights Trials in Peru (www.rightsperu.net).

María Rodríguez es historiadora egresada de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Ha realizado estudios de diplomado en Chile, España y Perú en derechos humanos, pedagogía de la memoria, y archivos, y es integrante del Taller de Estudios sobre Memoria Yuyachkanchik. Es asistente de investigación en el proyecto Human Rights Trials in Perú. (^^^)

Publicado originalmente en Noticias SER el 3 de julio de 2013

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News Reports on Transitional Justice in Peru

Inspecciones judiciales a cuartel Cabitos y Casa Rosada, por casos Cabitos 83 y Agente Carrión

Rightsperu, 1 de julio de 2013

A continuación, les presentamos notas periodísticas de La República e Ideele Radio, sobre las inspecciones judiciales de los casos “Agente Carrión” o “Morales” y “Cabitos 83”, realizados en la ciudad de Huamanga. Entre los días 25 y 27 de junio se realizaron audiencias itinerantes e inspecciones al cuartel Los Cabitos, la Casa Rosada (destacamento de Inteligencia) y La Hoyada.

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La República, 25 de junio de 2013

Sala Penal verá casos agente Carrión y Los Cabitos

  • La Sala Penal Nacional viajó ayer a Ayacucho para ver dos casos simbólicos sobre violación de derechos humanos.

© La República
© La República
© La RepúblicaEl primero se trata del Caso Morales (agente Carrión y otros). El tribunal presidido por el juez superior Ricardo Brousset Salas viene realizando las audiencias sobre este caso hasta este jueves 27, en la ciudad de Huamanga.

En este expediente se imputa el delito de ejecución extrajudicial de 14 personas, las cuales fueron documentadas en 1991, en un diario incautado a Fabio Javier Urquizo Ayma, conocido como el “agente Carrión”.

Urquizo, quien conducía un grupo de inteligencia del Ejército en Ayacucho, habría reivindicado los asesinatos, dando detalles sobre las ejecuciones, las que coinciden con los protocolos de necropsia.

Paralelamente, desde hoy hasta este jueves, la sala recibirá los testimonios de los familiares de las víctimas del caso Los Cabitos. Además, realizará la inspección al Cuartel Los Cabitos, donde habrían ocurrido las ejecuciones extrajudiciales y desapariciones en 1983.

La fiscalía pidió 30 años de cárcel para Pedro Avendaño Paz, jefe militar de la zona en esa época y otros ex militares.

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La República, 26 de junio de 2013

Jueces recogen testimonios de parientes de víctimas de militares en Ayacucho

Magistrados de la Sala Penal Nacional de Lima recogieron en Ayacucho los testimonios de los familiares de las víctimas y testigos presenciales en el juicio que se les sigue a ex oficiales del Estado Mayor del Cuartel Los Cabitos, a quienes se acusa de la ejecución y desaparición de civiles.

Los ex militares son procesados por los casos “Agente Carrión” y “Cabitos 83”. Por el primero se les imputa el asesinato de 14 personas, entre ellas el periodista Luis Morales Ortega y la ex alcaldesa Leonor Zamora y, por el segundo, el secuestro y desaparición de 53 civiles luego de que estos ingresaran a Los Cabitos.

En el caso “Agente Carrión” son procesados 7 ex militares, siendo uno de ellos el ex agente de inteligencia Favio Javier Urquizo Ayma, a quien se le incautó un diario en el que describía con detalle los crímenes cometidos entre junio y diciembre de 1991.

Junto a Urquizo son acusados el ex jefe de la Dirección de Inteligencia del Ejército Juan Rivero Lazo, el ex jefe del Servicio de Inteligencia del Ejército Raúl Silva Mendoza, el ex jefe Político Militar de Ayacucho Hugo Martínez Aloja, el ex jefe de la sección de Inteligencia Sigifredo Miranda Vásquez y su auxiliar Carlos del Busto Hervia, y Abraham Francisco Reyes Ewest Ventocilla.

El octavo acusado, el ex oficial Ángel Tello Tandazo, está prófugo. La fiscalía solicitó 25 años de cárcel para cada uno.

Luis Morales, colaborador del diario Marka, fue asesinado el 13 de julio de 1991.

“Ese día quedamos en encontrarnos a las 9 am (…); a las 8 y 45, escuché cuatro disparos de bala en la dirección de la calle Dos de Mayo. Apenas llegué al lugar encontré a Luis Morales tirado en el piso (…) Tenía dos disparos: uno en la espalda y otro en el cráneo”, relató el periodista Magno Sosa.

Hoy los jueces inspeccionarán los ambientes del cuartel.

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La Republica, 27 de junio de 2013

Jueces recorrieron centros de tortura de Los Cabitos

Los jueces de la Sala Penal Nacional inspeccionaron ayer, en la ciudad de Huamanga, los dos locales que funcionaron como centros clandestinos de detención y tortura de personas desaparecidas en los años 80, cuando los militares tenían todo el control político militar en Ayacucho y Huancavelica.

El tribunal presidido por el Dr. Ricardo Brousset Salas inspeccionó los ambientes del primer local conocido como la “Casa Rosada”, ubicada en la Urb. Mariscal Cáceres Mz. “L” Lote 9 en la ciudad de Huamanga que, según testimonios, funcionó de enero a octubre de 1983, como un lugar donde se cometían torturas a ciudadanos detenidos.

En este lugar los magistrados constataron los cuartos en los tres pisos, para poder valorarlo y compulsarlo con los testimonios de las víctimas, en el proceso que se encuentra en juicio oral contra siete ex oficiales del estado mayor operativo del cuartel Los Cabitos.

Olga Quispe, profesora cesante, quien vive al lado de la “Casa Rosada”, dijo que con frecuencia escuchaba gritos de hombres y mujeres que se quejaban de dolor. Cuando salía solo observaba a dos policías que prestaban servicio de vigilancia en la puerta.

“Como a las 2 de la tarde escuchaba que le hacían gritar a la gente poniendo música a alto volumen. Una mujer gritaba fuerte de dolor y no sabía qué es lo que pasaba dentro de esa casa”, recuerda la testigo de los hechos.

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Ideele Radio, 28 de junio de 2013

Sala Penal Nacional realizó audiencia por caso Morales y Cabitos

Ayacucho (Mario Zenitagoya).- La Sala Penal Nacional inspeccionó el sector denominado La Hoyada, las instalaciones del Cuartel Los Cabitos 51 y la Casa Rosada, en el marco de la audiencia del juicio oral de los casos Morales (Agente Carrión y otros) y Cabitos, entre el lunes 24 y jueves 27 de junio.

La Sala Penal Nacional, que preside el magistrado Ricardo Broussett, recogió el testimonio de los familiares de las víctimas y testigos, investigación que empezó en mayo de 2011. En este hecho son procesados siete altos mandos militares por crímenes de lesa humanidad, torturas, ejecuciones extrajudiciales, desapariciones forzadas y violaciones sexuales.

Días atrás, el antropólogo Jaime Urrutia, sobreviviente de torturas y testigo en el juicio por el Caso cabitos, reconoció a uno de los militares que lo interrogó en el año 1983 en Ayacucho. Se trata del acusado Pedro Paz Avendaño, quien fue el jefe del destacamento de inteligencia de Huamanga, acantonado en la Casa Rosada.

En su momento, la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) informó que el Cuartel Los Cabitos fue la sede del Frente Político Militar de Ayacucho y sirvió como lugar de detenciones, tortura y asesinato entre los años 1983 y 1990. La denominada Casa Rosada funcionó como un anexo al cuartel y como un centro de torturas y aniquilamiento

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La Republica, 29 de junio de 2013

Constatan que hubo fosas clandestinas en Los Cabitos

Elías Navarro (Ayacucho)

Jueces de la Sala Penal Nacional inspeccionaron los ambientes del cuartel Los Cabitos que, según la acusación fiscal, funcionó como centro de reclusión, tortura, desaparición y ejecución extrajudicial de sospechosos de terrorismo, durante 1983 y 1985.

En la diligencia, Armando Prado Gutiérrez, Vicente Canchari Lizana, Teodosio Huamán Toledo, Mauro Ramos, entre otros sobrevivientes, reconocieron los ambientes donde fueron confinados arbitrariamente, así como las vigas en las que fueron colgados con sogas para someterlos a interrogatorios bajo torturas.

“Nos llevaron con los ojos vendados y a golpes. Los militares nos torturaron diciéndonos: ¿Dónde están los terrucos que ustedes conocen? ¿A cuánta gente han matado?”, narró.

“Cuando me pasaban con electricidad empecé a temblar –continuó–. Me patearon en el estómago hasta vomitar y me golpearon en la cabeza hasta sangrar. Después de tres días, a mí y a Vicente Canchari nos liberaron diciendo: ¡Corran! ¡Corran! Mientras que Jaime Gamarra se quedó y está desaparecido”.

Los jueces también recorrieron el área de excavación de tumbas clandestinas, de donde se han exhumado restos de 109 individuos. La mayoría tenía orificios de bala en el cráneo y las manos atadas.

Ricardo Brousset, presidente de la Sala Penal Nacional, explicó que la diligencia tiene por objeto conocer las zonas de excavación “para tener una valoración del informe que presentaron los peritos al expediente”.

Al respecto, Gloria Cano, abogada de Aprodeh, señaló que con esta investigación queda comprobado que hubo detenidos dentro de Los Cabitos, así como la existencia de ambientes de tortura y fosas clandestinas donde se hallaron restos de los desaparecidos.

La diligencia forma parte del juicio en el caso Cabitos 83, en el que se acusa a siete ex oficiales EP por la desaparición de 53 personas. Entre los procesados está Carlos Briceño Zevallos, ex presidente del Comando Conjunto de las FFAA en 1983.

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Antropólogo Jaime Urrutia, testifica sobre las torturas sufridas en el cuartel Los Cabitos en 1983

Por Jo-Marie Burt y María Rodríguez*

Jaime Urrutia, reconocido antropólogo e historiador, testificó el miércoles 12 de junio en el juicio del caso Los Cabitos – 1983. Desde mayo de 2011, la Sala Penal Nacional, presidida por el magistrado Ricardo Broussett, viene juzgando la responsabilidad penal de siete altos mandos militares por crímenes de lesa humanidad —torturas, ejecuciones extrajudiciales, desapariciones forzadas, violaciones sexuales— que tuvieron lugar al interior del cuartel militar Los Cabitos durante 1983. Urrutia relató cómo fue detenido y torturado, confirmando un patrón ya observado en el proceso. Además, reconoció al Coronel (r) EP Pedro Edgar Paz Avendaño, uno de los militares imputados.

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A la izquierda y de frente, el identificado Pedro Paz Avendaño. De perfil, Humberto Orbegoso, ex jefe del cuartel Los Cabitos © La RepúblicaA la izquierda y de frente, el identificado Pedro Paz Avendaño. De perfil, Humberto Orbegoso, ex jefe del cuartel Los Cabitos © La RepúblicaEra mayo de 1983. Las fuerzas armadas ya habían tomado control de Ayacucho unos meses antes, ante la creciente presencia de Sendero Luminoso en la zona y la evidente incapacidad de la policía para controlar la situación. Jaime Urrutia, antropólogo e historiador, radicaba en Huamanga desde mediados de los años 70. Era profesor en la Universidad Nacional San Cristóbal de Huamanga (UNSCH), dirigía el Instituto de Estudios Regionales José María Arguedas y escribía para el diario Marka.

Recuerda con claridad el día que fue detenido —el 6 de mayo de 1983— pues esa tarde un periodista de la BBC de Londres lo entrevistó en su casa, pocas horas antes del inicio del toque de queda impuesto por los militares. Era casi la medianoche, se encontraba descansando en el dormitorio con su esposa. Escucharon ruidos extraños, antes de poder reaccionar, varios hombres encapuchados irrumpieron en la habitación. Llevaban gorras y chompas negras estilo “Jorge Chávez”. Uno de ellos daba las órdenes, los demás obedecían. Rebuscaron entre sus cosas. Seguidamente lo agarraron, colocaron una frazada sobre su cabeza y lo subieron a una camioneta. Se daba cuenta que lo estaban llevando al cuartel Los Cabitos; los años vividos en Huamanga le permitieron reconocer el camino sin dificultad. Ya tenía conocimiento de Los Cabitos; era el único centro de reclusión en Huamanga.

Una vez al interior del cuartel, los militares lo llevaron a una habitación pequeña y oscura, con el piso de tierra y sin ventanas. Estaba vendado, por tanto no podía identificar lo que había a su alrededor cada vez que lo sacaban de la habitación. En dos noches distintas, fue interrogado y sometido a torturas. Urrutia describió el mismo ciclo de torturas relatado por otros testigos en este juicio: primero fue colgado, manos atrás, y golpeado; luego sumergido en una tina de agua hasta casi ahogarse.

Mientras lo torturaban, los militares le preguntaron insistentemente si conocía a alguien de Sendero Luminoso y quiénes eran sus mandos. En la segunda noche, un supuesto colaborador lo sindicó como senderista: “Él es, él es, él es el profesor, él es el jefe, el responsable”. Sin embargo, Urrutia expresó su disconformidad. Por el acento costeño, la acusación vaga, ahora cree que provino de un militar, un falso acusador, en un intento para que confesara.

EL RECONOCIMIENTO

En dos oportunidades Urrutia fue llevado a otra habitación donde le esperaba un hombre vestido de civil. De tez morena, rasgos andinos y de nariz prominente, se identificó como el comandante Paz. Urrutia aducía que su papel era hacer de “policía bueno”. Primero se disculpó con Urrutia por lo que estaba pasando. Le insinuó que el motivo de su detención era porque había sospechas de que el Instituto Arguedas estaba destinando fondos a Sendero Luminoso. Al día siguiente, tuvo una segunda conversación con el comandante Paz, de nuevo en términos cordiales y, sobre el mismo tema: los fondos y su vinculación con Sendero.

En este momento de su testimonio, la doctora Gloria Cano, directora de APRODEH y abogada representante de la parte civil, preguntó a Urrutia si se sentía en capacidad de reconocer al comandante Paz. Respondió que sí. El colegiado, tras realizar algunas preguntas para asegurar que no había problemas de memoria, autorizó el reconocimiento y solicitó a los acusados ponerse de pie.

Desde el inicio de la audiencia, los seis acusados estaban visiblemente nerviosos a diferencia de otras ocasiones en las que se les ha observado tranquilos e incluso desatentos a los testimonios de los testigos. Los seis se pusieron de pie. Casi de inmediato Urrutia señaló a Pedro Edgar Paz Avendaño, ex jefe del Destacamento de Inteligencia en Ayacucho y ex jefe de la Casa Rosada.

El colegiado preguntó a Paz Avendaño si recordaba al testigo. Dijo que no. No sería la primera vez que los acusados en el caso Los Cabitos sufren de amnesia (1).

EL IMPROBABLE AMIGO EN COMÚN QUE LE SALVA LA VIDA

La esposa de Jaime Urrutia tuvo que esperar que se levantara el toque de queda para salir en la mañana a buscarlo. Al igual que muchos de los familiares que buscaban a sus seres queridos capturados, ella fue a Los Cabitos a preguntar por su esposo. Un soldado que estaba en la puerta le dijo que, efectivamente, en la noche había llegado un detenido con las características físicas de su marido.

Seguidamente Urrutia contó la historia que él cree ayudó a salvarle la vida. Su esposa buscó al periodista de la BBC, quien de inmediato emitió una nota denunciando su secuestro. La noticia de su detención rebotó en los medios locales. El diario Marka, donde colaboraba con artículos sobre la realidad local y nacional, y un grupo de académicos, denunció su detención y exigió su libertad.

Al día siguiente, sin embargo, cuando su esposa volvió a Los Cabitos, los soldados negaron que Urrutia estuviese ahí. Tal como negaron a cientos de personas que acudían al cuartel en búsqueda de información sobre el paradero de sus esposos, esposas, hijos e hijas, hermanos y hermanas..

Exhumaciones e identificación de 3 cuerpos en el cuartel Cabitos confirmarían ejecuciones extrajudiciales practicadas en ese recinto en los años 80 © Diario 16Exhumaciones e identificación de 3 cuerpos en el cuartel Cabitos confirmarían ejecuciones extrajudiciales practicadas en ese recinto en los años 80
© Diario 16
Pero en el caso de Jaime Urrutia sucedió un hecho poco común al resto. Frente a la presión mediática, el jefe del Comando-Político Militar de Ayacucho, el General Clemente Noel, declaró a la prensa que Urrutia había sido detenido por supuestas vinculaciones con Sendero Luminoso. El hecho de que su detención fue reconocida facilitó su liberación, después de dos semanas de encierro tanto en Los Cabitos como en otras instalaciones de la Policía de Investigaciones del Perú (PIP).

Según Urrutia, hubo otro elemento curioso en su caso, que él cree puede ser la verdadera explicación de su liberación. Según el relato de Ricardo Uceda en Muerte en el Pentagonito, intercedió a favor suyo Jesús Sosa Saavedra, el temido militar conocido como “Kerosene” que en 1985 ayudó a desaparecer los restos de al menos 300 personas ejecutadas y enterradas en los campos alrededor de Los Cabitos, y que luego fue uno de los integrantes del Grupo Colina. Aparentemente Urrutia y Sosa Saavedra tenían un amigo en común, entonces Sosa Saavedra sabía que no tenía vínculo con Sendero Luminoso.

LA POBREZA DE LA LUCHA ANTISUBVERSIVA

El testimonio de Jaime Urrutia ha sido clave en el juicio de Los Cabitos. El reconocimiento de uno de los acusados es por sí contundente. Pero es importante también porque su testimonio coincide en muchos aspectos con las decenas de testimonios de familiares y víctimas que ya han testificado en el juicio.

Ha sido ampliamente documentada la situación de pobreza de los métodos de la lucha contrasubversiva, particularmente en los inicios del conflicto. Ante la ausencia de buenos métodos de inteligencia sobre Sendero Luminoso, las fuerzas armadas actuaron en base a suposiciones y conjeturas. Consideraron a categorías enteras de personas como sospechosos: profesores, estudiantes, personas con alguna vinculación a gremios y partidos de izquierda aun cuando estos estuviesen legalmente constituidos, asimismo, agricultores, especialmente hombres quechua-hablantes, eran considerados como la “masa” o militantes de la organización. Eso dio lugar a detenciones masivas y el uso sistemático de la tortura como método de identificar a líderes y militantes. Un testigo en el juicio declaró que se dio cuenta que los militares observaban las reacciones de los detenidos en las torturas; las que resistían y no hablaban, aducían que eran senderistas, mientras los que se quebraban fácilmente eran consideraron inocentes y en algunos casos por lo menos los dejaban libres. En este juicio, más de 15 personas que pasaron por las cámaras de tortura de Los Cabitos y luego fueron liberados, como el mismo Jaime Urrutia, han testificado ante el tribunal.

Sala de Audiencias de Huamanga, Ayacucho © Jo Marie BurtSala de Audiencias de Huamanga, Ayacucho
© Jo Marie Burt
En el caso particular de Urrutia, él explicó al tribunal que en vez de detenerlo y torturarlo, los militares podrían haber analizado las cuentas del Instituto José María Arguedas para verificar que no había la relación con la subversión que se alegaba. A su vez, dijo, los militares operaban bajo la idea que la UNSCH estaba “plagada de senderistas” cuando la realidad era otra. Si bien en la década del 70, varios docentes y estudiantes pertenecían a Sendero Luminoso —Abimael Guzmán era director de la oficina de personal en ese entonces— hacia 1979 sus militantes se fueron al campo para dar inicio a la lucha armada, y dejaron la universidad. Además, en esa época Sendero perdió las elecciones de los sindicatos de docentes y trabajadores de la universidad, así como del Consejo de Estudiantes de la UNSCH. Entonces, cuando los militares ingresaron a Ayacucho hacia finales de 1982, en la Universidad, “había gente [de Sendero] pero sin responsabilidad importante. Había mucho menos senderistas de lo que se decía y se imaginaba”, afirmó.

Finalmente, Urrutia relató la absoluta negación de los derechos que él, como muchos otros, sufrió durante su detención. Nunca le proporcionaron un médico legista. Jamás hubo una acusación formal contra él y nunca le abrieron un proceso legal. Mientras estuvo en la PIP, supo que dos hombres (militares o policías) fueron al Instituto Arguedas a revisar las cuentas. No encontraron movimientos sospechosos. Poco después, fue puesto en libertad.

Urrutia dijo que cuando fue liberado, no puso ninguna denuncia. Sí dio algunas declaraciones a la prensa sobre su reclusión, pero nunca mencionó el nombre de Paz Avendaño. Cuando el abogado del militar le preguntó por qué, Urrutia le miró fijamente y respondió: “Cuando uno sale de una situación así, la valentía no es precisamente una característica de los liberados”. Para decirlo de otra manera: El terror quita la palabra. Del miedo nace el silencio.

Así se vivió los años del conflicto en Ayacucho en 1983, y se va relatando hoy en día, en un juicio abierto y público, donde pocos prestan atención a los recuerdos de los que padecieron encarcelamiento injusto, torturas brutales, mientras otras almas sufrieron el destino final, la muerte.

Notas:

(1) Militares en juicio por el caso Los Cabitos: ¿Héroes o amnésicos?

 

*Jo-Marie Burt es profesora de ciencia política de George Mason University, donde sirve de Directora del Programa de Estudios Latinoamericanos y Co-directora del Centro de Estudios Globales. Es directora del proyecto de investigación Human Rights Trials in Peru (www.rightsperu.net), y autora del libro Violencia y autoritarismo en el Perú: Bajo la sombra de Sendero y la dictadura de Fujimori (Instituto de Estudios Peruanos, 2011, 2nda ed.).

María Rodríguez es historiadora egresada de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Ha realizado estudios de diplomado en Chile, España y Perú en derechos humanos, pedagogía de la memoria, y archivos, y es integrante del Taller de Estudios sobre Memoria Yuyachkanchik. Es asistente de investigación en el proyecto Human Rights Trials in Perú. (^^^)

 

 

Publicado originalmente en Noticias SER el 14 de junio de 2013

 

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Caso Los Cabitos: “Ya te fregaste, estás en el cuartel”

Juicio por el caso Los Cabitos. Crónicas de las audiencias en Ayacucho (II) *

por Jo-Marie Burt y María Rodríguez

Por segunda vez en lo que va del juicio oral del caso Los Cabitos (1983), la Sala Penal Nacional recogió las declaraciones de testigos en la ciudad de Huamanga entre el 21 y el 24 de agosto. En cuatro días de audiencias públicas, 32 testigos —entre sobrevivientes, familiares de víctimas, y testigos de los crímenes que están siendo judicializados— narraron diversos episodios de desaparición forzada, ejecución extrajudicial, y tortura sufridos dentro de las instalaciones del cuartel Los Cabitos y la prolongada y casi siempre inútil búsqueda de justicia desde hace casi 30 años.

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Los testimonios fueron desgarradores e intensos. A pesar del tiempo transcurrido los testigos compartieron recuerdos detallados que han marcado sus vidas para siempre. Algunos habían dado su testimonio ante la CVR, sin embargo, para otros era la primera vez que se acercaban al Estado a contar su historia. Así, hemos logrado encontrar puntos coincidentes sobre el modo de operaciones del Ejército en cuanto a las detenciones y desapariciones forzadas ocurridas en Huamanga en el año 1983 que son una prueba más de lo que realmente significó el cuartel Los Cabitos en Ayacucho durante el Conflicto Armado Interno.

Vale la pena mencionar que el juicio en el caso Los Cabitos comenzó en mayo de 2011. Es un caso complejo. Se trata de establecer la responsabilidad penal de los altos mandos militares responsables de los abusos que ocurrieron en el cuartel Los Cabitos, que fue el centro operativo del Comando Político-Militar (CPM) de Ayacucho desde de fines de 1982. No está encausado ningún autor material, pues resulta casi imposible identificar quien cometió los crímenes individuales. En este juicio, enfocado sólo en el año 1983, siete oficiales militares están procesados, acusados de cometer crímenes contra la humanidad, detención arbitraria y retención ilegal de un detenido, vejaciones, secuestro agravado, tratos humillantes, lesiones agravadas y desaparición forzada. Sólo dos de ellos estuvieron presentes en las audiencias de Huamanga: el Teniente Coronel (r) Edgar Paz Avendaño, ex-jefe de la “Casa Rosada”, y Humberto Orbegozo Talavera, ex-jefe del cuartel Los Cabitos. Cuatro de los militares implicados en este caso fueron eximidos de asistir por motivos de su avanzada edad y/o estado de salud: Carlos Briceño Zevallos, Julio Coronel Carbajal D’Angelo, Carlos Millones D’Estefano, y Roberto Saldaña Vásquez. El séptimo acusado, Arturo Moreno Alcántara, se encuentra prófugo, supuestamente en Chile.

La crónica siguiente se basa en estos cuatro días de audiencia presenciadas por las autoras.

Detenciones selectivas, detenciones fortuitas

La mayor cantidad de las detenciones en el año 1983 se dieron irrumpiendo de forma violenta en los hogares de Huamanga, en horas de la noche y la madrugada, sin duda aprovechando el toque de queda impuesto por el Comando Político Militar entre las 8 de la noche y las 6 de la mañana. Los testigos describieron con detalle cómo militares, a veces en combinación con las fuerzas policiales, con uniformes de color verde claro y verde olivo, botas negras, armas largas y encapuchados, ingresaban a las viviendas y en medio de insultos, gritos y golpes, entraban a las habitaciones y se llevaban detenidos sin dar mayor razón ni explicación a las familias. Ante las preguntas de las esposas, los hijos, los padres sobre por qué los llevaban: ‘Porque son terrucos’, respondían, acompañado de algún insulto, pero nada más. Algunas veces eran detenciones selectivas, pues los militares llegaban a las casas buscando a una persona en particular, de nombre y apellido, o a veces sólo con el sobrenombre del “camarada”. En algunos casos se llevaron a varios miembros de una misma familia el mismo día o en diversas oportunidades.

Otros testigos narraron como fueron detenidos en las calles, porque pasaron cerca a un lugar donde hubo una explosión y los vieron corriendo, huyendo del atentado y sus consecuencias. Uno de los declarantes manifestó que caminaba por donde se encontraban algunos militares y cuando le pidieron sus documentos, al ver que era estudiante, fue detenido. “Tuve la mala suerte de sacar el carnet universitario que indicaba que era estudiante de educación,” dijo. “A los ojos de los militares, ser universitario era sinónimo de ser terrorista.”

También hubieron testimonios de y sobre personas que fueron detenidas siendo menores de edad, adolescentes, hombres y mujeres, entre los 14 y 17 años -algunos desaparecidos hasta ahora-, aun cuando llevaban puesto el uniforme escolar, fueron maltratados y vejados en Los Cabitos con la misma severidad e indolencia. Era un contexto donde la edad y el sexo fueron irrelevantes.

Los métodos de inteligencia

Un aspecto de la estrategia contrasubversiva en esa época que se hace evidente a luz de los testimonios es el deficiente servicio de inteligencia militar en la búsqueda de subversivos y su incapacidad de diferenciarlos de la población civil. Todos eran considerados sospechosos, más aún si eran docentes, comerciantes o estudiantes universitarios. Lo que cuentan los testimoniantes, es que la práctica común era torturar a todo sospechoso y observar su comportamiento. Quienes se quebraban fácilmente no eran considerados terroristas. Por ello en este juicio hay varias personas que pasaron por el circuito de torturas al interior del cuartel Los Cabitos pero luego fueron liberados.

En algunos casos, la detención de personas se debía a que otro detenido lo señalaba como terrorista. En las audiencias, hubo tres casos en la que el detenido fue confrontado con su sindicador dentro del cuartel Los Cabitos; en cada caso el sindicador retractó su acusación al ver a la persona. En el caso de Víctor Luis, en ese momento estudiante universitario de 23 años, el joven fue detenido y golpeado, practicaron simulacro de asesinato con él, y luego lo torturaron con la “colgadura”. Fue confrontado con su acusador, quien no pudo identificarlo. El militar encargado le increpó enérgicamente al sindicador al darse cuenta que no conocía al joven: “Por qué mientes, cómo dices que lo conoces,” le dijo el militar. “Tú estas tirando dedo a personas que no conoces, que no están involucradas”. Seguidamente golpeó y pateó al sindicador, y eventualmente soltaron al joven. Nos pareció sorprendente esta historia pues en estos años las Fuerzas del Orden operaron de la misma manera, en base a acusaciones y rumores y suposiciones, para desbaratar a las organizaciones subversivas. Todos eran considerados ‘terrucos’ hasta que se demostrara lo contrario, causando un miedo generalizado en la población.

Las torturas y los torturadores

Los testimonios comprueban que el cuartel Los Cabitos no sólo fue un centro de detención, sino que fue principalmente un centro de torturas. Si bien los testigos relataron que estuvieron la mayor parte del tiempo, encapuchados y atados de manos, ellos han logrado identificar ambientes especiales para ambas situaciones. Las detenciones duraban 15 días aproximadamente, siendo depositados en reducidas covachas con techos de calamina, donde tenían que permanecer sentados casi sin poder moverse, en medio de la pampa del cuartel; otros fueron ubicados en ambientes más amplios donde cabían mayor cantidad de personas (lo sentían por el calor humano), siempre en condiciones infrahumanas de vivienda y alimentación.

Los testigos narraron que las torturas eran sufridas en horas de la noche, a partir de las 10 u 11. Sentían que hacían cola para ser torturados y oían gemidos y gritos de hombres y mujeres. Al principio, las torturas consistían en golpes, patadas y puñetes en el estómago, la cabeza, la espalda. Algunas veces eran desnudados completamente, otras sólo el torso o quedaban en ropa interior. Luego, dependiendo quizás del nivel de sospecha o para medir la resistencia del detenido o detenida, se realizaban tres tipos de tortura: el colgamiento, el ahogamiento o submarino y la electricidad, en noches diferentes y espaciadas prudentemente para que la víctima se recuperase de las lesiones sufridas.

Durante las torturas, el interrogatorio era muchas veces impreciso: pedían a los detenidos nombres de terroristas, participantes de los atentados, dónde estaban las armas, buscaban que confiesen que eran tal o cual ‘camarada’, preguntaban quién era Edith Lagos o Abimael Guzmán. La generalidad de las preguntas hace pensar que los militares no tenían mayor claridad sobre quiénes eran ni a quiénes buscaban.

Un aspecto importante de los testimonios es la coincidencia al momento de describir a los torturadores. Por las voces, casi todos los testigos lograron identificar que eran entre tres y cuatro, con un acento costeño diferente al de “los cabitos” –como suelen describir a los soldados— que los cuidaban durante el día, quienes tenían un acento más provinciano o del oriente. En algunos casos, al momento de la tortura, los captores quitaban la capucha al detenido y en ese momento los testigos lograban ver los rostros de sus agresores, o por lo menos al que estaba más cerca. Eran de contextura gruesa y altos, dos de ellos ‘blancones’ y otro de tez trigueña con bigotes. Este último al parecer era el encargado de las torturas y a quien la mayoría de los testigos logró identificar con más claridad.

El silencio cómplice de las instituciones del Estado

La indolencia e inoperancia de las autoridades civiles y militares en este período es abrumador. Ha sido desgarrador no sólo escuchar el daño físico y sicológico que se hacía a otro ser humano, sino también el calvario de los familiares que buscaban a sus seres queridos en todas las instancias donde podían estar detenidos: la PIP (Policía de Investigaciones del Perú), la Comisaría, la Comandancia y el cuartel Los Cabitos. En todos ellos casi siempre negaron la presencia de sus familiares, fueron echados, insultados y tildados de terroristas. Eran en su mayoría mujeres, madres o hermanas que iban con sus niños en brazos, llorando desconsoladamente porque no encontraban respuesta sobre su ser querido. En algunos casos, sin embargo, los testigos relataron que algunos de los soldados se compadecieron y les hicieron llegar noticias de los detenidos. Sin embargo no necesariamente lograron encontrar a la persona identificada.

Las instituciones de justicia como la Fiscalía y el Poder Judicial también estuvieron ausentes. En algunos casos denunciaron los hechos ante estas instancias, pero casi siempre era letra muerta, pues nunca lograron que se abriera una investigación o un proceso para averiguar dónde estaban sus familiares. En otros casos no lo hicieron por las amenazas o porque se calculaba que no tendría ningún resultado. Por ejemplo, los testigos sobrevivientes de torturas contaron que al ser liberados fueron obligados a firmar cuadernos donde aseguraban que no habían sufrido ningún tipo de tortura o que se comprometían a no hablar, lo que acrecentó el temor a denunciar. Así mismo, el sentido común de muchos ex detenidos les hacía ver que la denuncia era inútil, pues “cómo se iba a denunciar a quien lo había retenido”. El temor y la desconfianza hacia el Estado en todas sus instancias, era generalizado. Había una impunidad institucionalizada, y el poder militar fue un poder autoritario y abusivo que había desarrollado niveles altísimos de deshumanización y desprecio por la vida.

La defensa militar

Es particularmente interesante analizar las intervenciones de la defensa de los militares, que busca probar que Ayacucho vivía una situación social tan convulsionada que cualquiera podía ser miembro de Sendero Luminoso. La defensa pregunta a los testigos en cuanto tiempo retomaron sus estudios y trabajos después de haber sido torturados en Cabitos, como si dicho tiempo determinara la gravedad de las torturas; hacen preguntas a las víctimas sobre si hicieron las denuncias luego de ser liberadas, como si el Poder Judicial funcionara de manera normal y no existiera un miedo generalizado en la población. Preguntan si había música a la hora de las sesiones de tortura; tal vez para argumentar que los altos mandos no escucharon los gritos humanos provenientes de las salas de torturas. Buscan banalizar los testimonios, minimizar el daño causado, justificar la reacción de las fuerzas del orden pues se vivía una época de terrorismo, bombas y atentados.

Las secuelas

Casi todos los testigos lloraron mientras narraban sus historias; algunos mostraron las cicatrices físicas y psicológicas de lo vivido. Algunos fundaron ANFASEP (Asociación Nacional de Familiares de Secuestrados, Detenidos y Desaparecidos) para continuar la búsqueda de sus familiares desaparecidos, mientras que los reaparecidos continuaron con sus vidas estudiando, trabajando, conviviendo con la violencia y buscando como sobreponerse al recuerdo de lo vivido.

A pesar de que el miedo es la secuela más notoria entre quienes dieron su testimonio, es destacable la valentía de estas personas, de relatar sus historias de horror frente a un juzgado en una audiencia pública y frente a los militares acusados como autores mediatos. Por ejemplo, Sergio, quien fue acusado de ser causante de una explosión de una cisterna cerca a su casa, cuando fue detenido sólo tenía 16 años. A pesar de su edad, fue torturado en Cabitos: Fue colgado por los brazos y luego duramente golpeado; otra noche lo sumergieron en un pozo de agua; finalmente le aplicaron la picana (electricidad). “¿Quiénes son los compañeros?” me preguntaron. “Das nombres y te vas a tu casa,” le dijeron, pero no sabía de que hablaban.

Durante una de las sesiones de tortura, le sacaron la capucha. “Vi con mis ojos a una niña de más o menos 16 años,” dijo. “No la conocía. Vi que violaron a la niña”. El mismo militar que lo había torturado era quien había violado a la niña. Días después, Sergio fue llevado junto con unos veinte detenidos a Infiernillo, un botadero donde los militares habrían echado a los muertos. Obligaron a todos arrodillarse al pie de la quebrada. No veía nada excepto el piso pues estaba encapuchado. “Sin preguntar metieron bala a uno y cayó a la pista. Lo pude sentir. Ahí sí preguntaron, vas a hablar! Groserías dijeron. Pero no hablaba nadie. Boom. Boom. Iban matando a las personas uno por uno. Uno a mi ladito cayó”. Aunque tuvo la venda en los ojos pude ver su cuerpo en el piso. Al final, Sergio y cuatro personas más volvieron con vida al cuartel. Cuando fue liberado, estuvo postrado en una cama por dos años recuperándose de las lesiones, pues como él mismo relató, “quedé destrozado”.

Es destacable también la historia de la familia de unos panaderos, quienes perdieron a dos de sus hermanos cuando los sinchis irrumpieron en su negocio, el 3 de setiembre y el 15 de diciembre de 1983 para secuestrar y desaparecer a sus hermanos César y Celestino. El testimonio de la hermana fue estremecedor, más aún cuando contó que años después en Rancha encontraron el buzo verde y el polo azul que Celestino llevó la madrugada que los militares lo sacaron de su habitación, mientras preguntaba “jefe, por qué a mí”. Quiso ponerse su reloj y recoger su Libreta Electoral, pero le dijeron “ya no es necesario”. Su familia veló las prendas esa noche.

Asimismo, la denuncia y testimonio de la hija, hermana y cuñada de Eladio Quispe Mendoza, desaparecido en noviembre de 1983. Los testimonios se dieron en Lima y Ayacucho, y demuestran que el terror y la impunidad prevalecieron en Ayacucho durante muchos años. Guadalupe Ccollacunto, la esposa de Eladio, quien se encargó de buscar a su esposo desaparecido y se convirtió en una importante miembro de ANFASEP, fue también desaparecida en la madrugada del 10 de junio de 1990, día de la segunda vuelta electoral entre Vargas Llosa y Fujimori, de la misma manera cobarde e impune: militares irrumpieron en su casa en horas de la madrugada, la llevaron, y nunca mas fue vista. La historia de la hija de Eladio y Guadalupe es aún más sorprendente y demuestra la valentía de las familias al momento de buscar respuestas sobre el paraderos de sus seres queridos, pues en audiencia pública en Lima, contó que cuando cumplió la mayoría de edad y asumió el caso de sus padres, descubrió que en el libro Muerte en el Pentagonito se hizo mención a su padre. Con esta información busco y logró entrevistarse varias veces con Jesús Sosa Saavedra, apodado ‘Kerosene’ y cuyo testimonio fue recogido en el libro mencionado. El admitió haber matado a su padre Eladio Quispe Mendoza, y haber destrozado su cadáver años después cuando le ordenaron desaparecer las evidencias de los años anteriores.

Después de oír los testimonios de los sobrevivientes de la tortura en Los Cabitos, después de escuchar los dolorosos testimonios de las esposas, hermanas y hermanos, padres y madres, que salieron en búsqueda de sus seres queridos y hasta ahora no encuentran respuesta, uno queda mudo por el espanto. Pero el proceso judicial obliga a narrar lo vivido, lo sufrido, obliga a contar las experiencias para encontrar y castigar a los culpables. Aún el juicio por el caso Los Cabitos tiene mucho por recorrer, faltan muchos testigos más, incluso habrá una nueva ronda de audiencias en Huamanga, probablemente antes de fin de año. En una siguiente entrega haremos otra crónica del horror que fue Los Cabitos.

 

Para ver la primera crónica sobre las audiencias en Ayacucho relacionadas con el caso Los Cabitos, haga clic aquí

 

Originalmente publicado en Noticias SER, 29 de agosto de 2012