Michel Azcueta
28 Agosto 2015, en “El Ojo que Llora”
Amigas y amigos:
Con cuánta emoción nos reunimos una vez más en torno a estas piedras con nombres concretos de peruanas y peruanos cuyas vidas fueron arrebatadas por el terror…! Con cuánto amor recordamos a aquellos que conocimos personalmente llenos de vida e ilusiones…! Con cuánto respeto guardamos en nuestro corazón a aquellos que no conocimos pero que sabemos amaban la vida y amaban el Perú. Y nos gustaría que todo el Perú, que la mayoría de peruanos sintiera lo mismo que nosotros…
Sin embargo, vemos que la sociedad peruana se niega, hablando en general, a reconocer lo que se vivió hace unas décadas, se niega a aprender de tan terrible experiencia, siendo el único país de América Latina donde se calla la verdad, por no decir que se oculta…el único país donde no se valora una Comisión de la Verdad, el único país donde se denigra a los defensores de los Derechos Humanos, el único país donde casi es imposible tener un monumento a los que nos permitieron vivir en paz, donde es casi imposible tener un Lugar de la Memoria donde tiene que llegar el Presidente de Alemania para que se abra…Una sociedad donde el control de los medios de comunicación aleja a la mayoría del conocimiento de la realidad nacional, de la reflexión colectiva, del aporte de nuevas iniciativas individuales y sociales y, sobre todo, nos aleja de un compromiso por la verdad, por la solidaridad, por la unión entre peruanos.
Por todo ello, con emoción con amor y con respeto estamos aquí reunidos. Recordamos a cerca de 70,000 compatriotas asesinados en diferentes lugares y circunstancias, la mayoría de sectores populares, campesinos, trabajadores, policías, soldados, dirigentes de zonas pobres del Perú. Les recordamos a todos sin excepción. Pero, en esta ocasión, los organizadores de este acto tan especial, decidieron recordar, de manera especial a las carca de 500 autoridades locales, alcaldes y regidores asesinados por Sendero Luminoso en los años de terror.
Por experiencia propia en Villa El Salvador puedo decirles lo difícil que era ser autoridad local durante esos años, muchas veces sin apoyo alguno o, lo que era mucho peor, entre dos fuegos, como muchos recordarán, simplemente por ser consecuentes con una elección de tus propios vecinos y ciudadanos. Les puedo asegurar que estuvimos muy solos y había que dar la cara. En otras ocasiones, simplemente dinamitaban la municipalidad, asesinaban a alcaldes y regidores de distritos muy pobres andinos, amazónicos y, también, de zonas urbano populares, sin ninguna justificación, delante de su esposa y de sus hijos, como a Juan Linasco Tinoco, alcalde de Quillcaccasa (Apurímac), como los 47 alcaldes asesinados en Ayacucho, los 39 alcaldes asesinados en Junín, los 29 de Huánuco, los 21 de Puno. Y así hasta cerca de 500 alcaldes y regidores de todo el Perú.
Si me permiten, quiero hacer mención especial a dos alcaldes ‘provinciales de Huamanga, Ayacucho, a quienes conocí y traté personalmente: Leonor Zamora, a quien las Fuerzas Armadas no dejaron siquiera que entregara al Papa Juan Pablo II las llaves de la ciudad de Huamanga junto con un mensaje de defensa de los derechos humanos en Ayacucho tan pisoteados por los terroristas como por miembros de las Fuerzas Armadas, vilmente asesinada posteriormente por Sendero Luminoso. A Fermín Azparrent, valiente alcalde, gran defensor de su pueblo, abandonado por las fuerzas de seguridad a pesar de tener amenazas comprobadas asesinado a la puerta de su casa una mañana temprano. Ambos defendieron a su pueblo levantando el honor y la imagen de todos los ayacuchanos que, recordemos, eran, todo, sindicados como terroristas.
Y ya en Villa El Salvador, recordamos, prácticamente todos los días, a María Elena Moyano…cuánto nos gustaría que estuviera con nosotros ahora animándonos con su fuerza, su alegría, su valentía, su gran capacidad de comunicación y organización tan necesarias hoy en el Perú. Y también al regidor Rolando Galindo, sucesor de María Elena como teniente alcalde de Villa El Salvador, también asesinado por Sendero Luminoso meses después.
Todos ellos, alcaldes y regidores, murieron por defender la vida, por defender la paz, por defender la democracia en el Perú. Decíamos desde las gestiones municipales que nadie tiene derecho a matar, que la violencia no es solución, que no se debe derramar la sangre de un solo peruano, civil o militar, que no sobra nadie en el Perú, que la vida es lo más sagrado que tenemos; murieron por defender la paz con justicia social, base firme de unas relaciones entre todos los peruanos. La paz que no es la paz de los cementerios sino la alegría del trabajo, de la amistad, del reconocimiento de diversidades, de culturas, de tolerancia; murieron por defender la democracia, como autoridades locales elegidas por sus pueblos, representándolos con dignidad y valentía, en un Estado de derecho, defendiendo un modelo democrático de desarrollo.
Por todo ello, nuestro homenaje sincero. No les olvidemos ni a ellos ni a ninguno de los que dieron su vida por nosotros. No olvidemos aquello que defendieron. No tengamos temor a decirlo en voz alta, precisamente para que no se repita el terror, la muerte. Por el bien del Perú. Viva la vida. Viva la Paz. Viva la Democracia.