Una recua de mulas con los pequeños ataúdes amarrados a sus lomos. Un abogado, un antropólogo y un representante de la CMAN de Apurimac, como los tres reyes magos, pero sin regalos para nacimientos sino llevando apenas lo mínimo para un entierro digno.
Un camino que empieza en la quebrada de los cerros, en el puente peatonal de Cutinachaca, hasta donde llegan los carros y camionetas desde Abancay. No, no hay conexión entre la capital, Chungui, y su centro poblado de Oronqoy: ni carretera ni pista ni camino afirmado; aunque si se quiere tomar esa vía son tres días de caminata a paso firme y buenas piernas por las laderas de los cerros. Esta vez, desde Cutinachaca hasta Oronqoy, a este grupo les esperan 10 horas andando cuesta arriba, entre cerros secos, sin un solo árbol que les pueda dar sombra.
Todo ese esfuerzo tiene un objetivo: entregar a los comuneros los restos de sus vecinos y familiares que fueron masacrados por los sinchis en 1983 y dejados a su suerte en una fosa común durmiendo el sueño de los justos. Los peritos del Instituto de Medicina Legal los esperan arriba, junto a las cajas lacradas con los restos de comuneros exhumados hace apenas tres meses. Los oronqoínos se negaron a que el Ministerio Público lleve los restos a la ciudad de Huamanga porque, como ha sucedido otras veces, los entregarían allá y volverlos a traer exigía un esfuerzo, no solo físico, sino también económico imposible.
Felizmente el abogado y activista de derechos humanos Yuber Alarcón, el funcionario de la CMAN José Carlos Alca Huamaní —quien llevó los osarios desde Abancay— y el extraordinario retablista ayacuchano y antropólogo, Edilberto Jiménez, uno de los nexos fuertes entre Huamanga y los chunguinos, caminaron todo ese trote para poder hacer presente al Estado y al movimiento de derechos humanos, apoyado por la cooperación alemana GIZ, a ese remoto lugar de nuestro país.
Los oronqoínos se negaron a que el Ministerio Público lleve los restos a la ciudad de Huamanga porque, como ha sucedido otras veces, los entregarían allá y volverlos a traer exigía un esfuerzo…
Los acompañaron los comuneros que bajaron con las mulas y la única técnica de enfermería que se atreve a andar por esas comarcas, para asistir a los lugareños, en el Centro de Salud de Oronqoy. El centro poblado tiene también una pequeña escuela multigrado, adonde comisionan a aquellos maestros “que se portaron mal” como castigo. Un cuadrilátero de tierra y pasto seco es la Plaza de Armas, adonde los hombre de Apoyo para la Paz (GIZ) llegaron con varias bolsas de ropa cedidas, entre otros, por el Centro Loyola y el grupo de “Jóvenes forjadores de Paz”. Apenas unas pocas cosas que, de alguna manera, hacen presencia del Estado en la zona.
Las masacres de Oreja de Perro
¿Qué sucedió en esa zona? Entre 1982 y 1987 el poblado estuvo tomado por Sendero Luminoso que lo convirtió en “zona liberada”, rebautizándolo como Puka LLacta. Los pobladores fueron obligados a escapar en “retiradas” y los niños adiestrados en la versión senderista de la historia del Perú en la escuela, donde cantaban himnos al “presidente Gonzalo” y aprendían a dibujar la hoz y el martillo. Es preciso dejar constancia que toda la zona había sido visitada múltiples veces, durante la década del 70 y previamente a lo que los senderistas llamaron el Inicio de la Lucha Armada (ILA), tanto por docentes como por estudiantes de la Universidad de Huamanga; incluso se recuerda que Abimael Guzmán llegó a Ongoy el año 1975 para dictar charlas a los jóvenes. Posteriormente la penetración de Sendero Luminoso en toda la zona del distrito de Chungui fue una estrategia muy bien pensada para exigir la “adhesión” de la población. En un testimonio recogido en el libro de Edilberto Jiménez llamado Chungui un poblador recuerda que:
En 1983, en el mes de diciembre, llegaron a Chungui 30 desconocidos armados, entre mujeres y varones, quienes revisaron todo el pueblo. Entraron a la escuela conversaron con los profesores y después nos explicaron que los ricos se tenían que terminar y nos hicieron cantar sus canciones. Después reunieron en la plaza a todos los pobladores y les dijeron que iban a botar al gobierno […] Luego dijeron que las autoridades debían renunciar y nombraron a los responsables de su confianza. Al día siguiente se fueron en dirección a Chapi, retornaron después de casi 15 días y asesinaron al presidente de la comunidad Leonidas Roca y al señor Raúl Juárez.
En el caso de Oronqoy sucedió algo similar y el pueblo entero fue secuestrado porque, al igual que otros, quedaba demasiado “lejos del Perú”. Pero cuando llegó el Estado y se instaló la base de Mollebamba, las injusticias no cesaron. Los sinchis rebautizaron la zona como “Oreja de Perro” y presumieron que si los pobladores no habían presentado resistencia contra los “cumpas” entonces se habían convertido en terroristas ellos mismos. Es así que muchos de los pobladores fueron considerados como terroristas sin más, perseguidos por los sinchis y muchas veces asesinados. Como sostiene el Informe Final de la CVR : “Aparentemente por las informaciones recogidas tanto en Oronqoy como en Chunguió la reacción de la población no fue rebelarse. Sin embargo, esto no es indicador de plena adhesión, ya que hubo pobladores que se refugiaron en sus hatos y migraron hacia las ciudad por temor a las incursiones subversivas, que hacia el 84 se tornaban más violentas…” (p 90).
En 1985 se establece una base militar en Mollebamba que coordina con los recientemente creados comités de Defensa Civil, que depende de Apurimac. Son los mollebambinos en coordinación con los militares quienes en la incursiones a las zonas despobladas, como el propio Oronqoy, roban desde cabezas de ganado hasta pequeñas pertenencias. Si se encontraban con pobladores que se escapaban de las “retiradas” senderistas, los mataban. Como sostiene el Informe Final de la CVR: “Algunos de los antiguos subversivos se pasaron del lado de los militares, especialmente en Mollebamba. En una de sus incursiones, tanto la defensa civil como el EP de Andahuaylas ingresaron a Oronqoy; ahí solo encontraron un pueblo abandonado con animales esparcidos en las pampas. Aprovechando la ausencia de la población tanto la Defensa Civil de Mollebamba como el EP saquearon, quemaron las casas y se llevaron los bienes que la gente había dejado, así también algunos empezaron a llevarse animales que encontraban en su camino…” (p. 109).
Como sostiene el antropólogo Edilberto Jiménez, en toda la zona, los pobladores organizados alrededor de Defensa Civil fueron entrenados directamente por los militares: “Lamentablemente existió una base militar por mucho tiempo, con esta visión de Moyebamba, donde han adoctrinado a comités de autodefensa por el ejército. Entonces ellos han ido en una cacería para atrapar a los demás comuneros, los militares entraron para arrasar los ganados y luego venderlos”.
Tanto los militares de Mollebamba, así como los ronderos de Defensa Civil, fueron despiadados en muchos casos contra la población que, años antes, habían sido cooptados por Sendero Luminoso: “Manifiesta un informante (Testimonio 201316, Chungui (La Mar), 24 de junio del 2002) que en Sillapata, a orillas del rio Pampas, fuerzas represivas encontraron 60 señoras que fueron asesinadas a mansalva formándolas en columnas. Igualmente éste mismo informante denuncia que arrojaron al vacío a 120 mujeres que se habían escondido en la puna, desde Sonqo María. Finalmente reporta que en Oronqoy, en un sector llamado Tayaccata, encerraron a 120 personas entre varones, mujeres y niños en una casa para quemarlos vivos” (p.110).
Esclavas sexuales
Decenas de mujeres fueron obligadas a dar “servicios” gratuitos de limpieza, cocina y por las noches, las convirtieron a la fuerza en “mujeres de confort” —eufemismo que utilizaron los japoneses durante la guerra—, es decir, mujeres que se las ofrecían a la tropa y a los oficiales para satisfacer sus deseos sexuales. Violadas sistemáticamente estas mujeres pudieron sobrevivir y algunas de ellas tuvieron embarazos producto de esta situación. Muchas campesinas, tanto niñas y hasta ancianas, fueron convertidas en esclavas sexuales por las mismas fuerzas del orden en las que confiaban para que los liberen de los terroristas.
“Los varones valían, las mujeres nada; los varones se quedaban con la mujer que les gustaba y la mujer solo tenía que aceptar, los militares las entregaban sin pena, como si no tuvieran sentimientos […] yo tenía esposo, pero los militares me entregaron a la fuerza a mi actual esposo de Defensa Civil, yo no lo conocía pero tenía que aceptarlo, por mis hijos [a mi primer esposo] lo mataron como a un perro colgándolo de un árbol en la plaza de Chungui. Mi vida es triste…” manifiesta la señora M. a Edilberto Jimenez, en un testimonio que ha consignado en su libro, publicado por el IEP.
Exhumaciones
En 1987 en la base de Chapi, Chungui, se nombró al Mayor Miguel Seminario, apodado Ayacuchano, quien cambió la lógica de matanzas y enfrentamientos por otra de apoyo y protección a la población. De esta manera las fuerzas del orden se ganan a la población y SL empieza a retirarse de la zona. Cuando esto sucede, la base militar de Mollebamba y Chapi se desactivan, volviendo los militares a la zona de Abancay y desde 1992 se plantea un programa de repoblamiento tanto de Oronqoy como de los centros poblados aledaños. Durante esos cruentos años murieron en toda la zona de Chungui, según algunos reportes primeros de la CVR, el 17% de la población.
Este año 2015 el Ministerio Público tomó la decisión de exhumar cinco fosas que se encuentran en la zona de Estaca Parada, a tres horas del poblado de Oronqoy, en donde se han hallado aproximadamente 40 cadáveres que deben de ser identificados en el transcurso de estos meses. La masacre, según testimonios de la población, fue producida por los sinchis en el año 1984 y desde esa fecha no se había hecho un reconocimiento, ni de los restos humanos, ni de la zona. Según nos comenta Edilberto Jiménez es muy difícil que se puedan identificar todos los restos, básicamente porque esa zona quedó completamente despoblada
… es probable que pocos sean identificados pues en esas zonas han muerto todos los miembros de una familia o, en todo caso, quienes se salvaron y huyeron y no regresaron nunca más.
Debido a las condiciones de la zona, los forenses decidieron aceptar las exigencias de la población, que les pidieron que no trasladen los restos a Huamanga, Ayacucho, sino que ahí mismo los identifiquen. Por eso, los restos fueron guardados en cajas lacradas, que quedaron depositadas en la misma comunidad. Hasta la fecha solo se han reconocido cuatro cadáveres, el resto tendrán que pasar por pruebas de ADN. Sin embargo, es probable que pocos sean identificados pues en esas zonas han muerto todos los miembros de una familia o, en todo caso, quienes se salvaron y huyeron y no regresaron nunca más. Es decir, no se tiene con quién comparar las muestras, por lo tanto, le queda al Instituto de Medicina Legal pero sobre todo al propio Fiscal Supraprovincial que está viendo el caso, Juan Borjas Rosa, tomar la decisión sobre los restos de nuestros compatriotas.
Coda
Oronqoy no significa Oreja de Perro; se usa en quechua para designar a los escarabajos o a los abejorros. El mismo José María Arguedas, en su famoso legado de El zorro de arriba, el zorro de abajo, habló de esos “moscones negrísimos [con la piel] azulada de puro negra, como la crin de los potros verdaderamente negros…” embistiendo los lirios blancos del valle de Puquio. Lejos, al otro lado del departamento de Ayacucho, en la zona de Oronqoy, la maldad negrísima de esos peruanos que solo pensaron en la violencia como respuesta a las necesidades y angustias de la población, abatieron a los lirios blancos, a las florcitas amarillas, a lo más vulnerable de nuestra sociedad: los invisibles, los ninguneados, los insignificantes.
Hoy, después de años de varias masacres en la zona, tanto de senderistas como de las fuerzas del orden, Oronqoy significa vergüenza.
por Rocío Silva Santisteban
Fotos Edilberto Jiménez
Publicado por La Mula