- Justicia Testimonio de torturada en base donde trabajó Daniel Urresti termina en juicio.
En 1988, Sonia Muñoz tenía 34 años. Se dedicaba a su pequeño negocio de venta de abarrotes y al correo, es decir, era la encargada de llevar y traer cartas a todos en la localidad de Churcampa, en Huanta.
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El caso extremo de una mujer a la que militares
dispararon tres veces y dieron por muerta. En cuanto
a Urresti, Sonia Muñoz señala que “si el ex ministro ha
estado trabajando en Huanta, debió saber quién
estaba en ese rato (en el cuartel). Si era del servicio
de inteligencia, debe estar enterado. No creo que me
torturen en el cuartel y nadie sepa ahí”.Enviudó muy joven y sacó adelante a sus cuatro pequeños, por entonces de entre 6 y 11 años.
A las dos de la mañana del 18 de mayo, cinco hombres con pasamontañas irrumpieron en su casa.
Uno de los hombres, el más alto, le dio un golpe con la cacha del revólver. Le amarraron las manos, le taparon la boca y la cubrieron con el mantel de su mesa. “Me sacaron a empujones. Mis hijitos se quedaron llorando”.
Destruyeron su humilde tienda y buscaron alguna evidencia de lo que presuntamente se le acusaba: ser mensajera de Sendero Luminoso.
La sacaron a punta de golpes. En el cuartel de Churcampa, un enfermero al que conocía se acercó a curarle las heridas.
Luego de un par de horas, los soldados que no lograban que se autoinculpe la llevaron al cuartel de Castropampa, en Huanta. A su llegada fue trasladada a un cuarto donde la interrogaron y acusaron de llevar correspondencia de terroristas.
Daniel Urresti, conocido como “Capitán Arturo”, se desempeñaba como jefe de inteligencia en el cuartel de Castropampa bajo el mando de Víctor La Vera, el mismo que se encargaba de planear las acciones subversivas contra Sendero Luminoso. Seis meses después sería asesinado Hugo Bustíos, corresponsal de CARETAS en la zona.
Se trata del mismo 1988, año en el que Urresti fue destacado allí y durante el que se produjeron 69 denuncias de desapariciones en la zona de influencia de la base de Castropampa (CARETAS 2376 – Círculo Militar).
RECUERDOS DEL INFIERNO
“Me ataron como a Túpac Amaru”, dice Muñoz, todavía espantada casi 30 años más tarde. “El que identificaban como capitán comenzó a pegarme y patearme. Lucía como un hombre de 1.70”, mencionó.
Sonia no se cansaba de replicar que ella solo enviaba cartas, pero no las leía.
“Escuchaba que el capitán salió a tener reuniones en la subprefectura para la ronda campesina”. Ordenó que la hicieran hablar sobre a quiénes conocía en Huanta. Frente a su negativa, a su regreso el capitán ordenó que sufra descargas eléctricas. Luego de más golpes, y para que no queden rastros de moretones, la metieron dentro de un cilindro con agua fría.
Había perdido la esperanza y rezaba por sus hijos quienes se habían quedado solos en casa. Cuando de pronto escuchó: “Devuelvan a esa mujer, que se vaya y luego toman su Inka Kola”.
Pensó que se habían dado cuenta de su error y la regresarían a su casa.
La suben al carro y al llegar a la curva de la laguna de Paqcha, la bajan y le ordenan que se ponga en cuclillas. Siente un impacto en la cabeza. “Yo en el fondo pensaba que me estaban golpeando”, dice.
Había sido tanto el sufrimiento y dolor infringido a esta mujer que no se percató que el golpe era una bala alojada en el cráneo.
“Cuando miro parecía una candela saltando por mi cabeza”.
Le dispararon por segunda vez, en la nuca. Uno de ellos avisó que “todavía no muere”. El que llamaban sargento ordenó que “hay que darle vuelta, dispárale en el corazón”. Se suponía que el tercer balazo sería el mortal, pues traspasó su pecho.
Fingió su muerte y permaneció sin respirar por varios minutos. Con el “cadáver” de Sonia en el suelo, los soldados comenzaron a atarle los pies y las manos con una soga. Finalmente colocan un papel rojo, encima de él una piedra, con un típico mensaje senderista: Así mueren los soplones.
Llega a un pueblo. Sus vecinos se ponen de acuerdo y financian su viaje a Lima. Viaja luego de casi cuatro días, en la madrugada.
Pasa un mes para que, con la ayuda de su familia y la Cruz Roja, sea intervenida quirúrgicamente. El prestigioso doctor Esteban Rocca le extrae las tres balas en la Clínica Italiana.
“Desde que llegué a Lima, no quería saber nada”, afirma. Viajó a Bolivia pero apenas volvió, tres años más tarde, la tragedia volvió a tocar su puerta.
Su hermano, el profesor universitario Hugo Muñoz, fue asesinado por el grupo Colina en La Cantuta. El posterior juicio en el que el expresidente Alberto Fujimori fue sentenciado a 25 años de prisión determinó que Hugo Muñoz no tenía ningún vínculo con subversivos.
En cuanto a Urresti, Sonia Muñoz señala que “si el exministro ha estado trabajando en Huanta, debió saber quién estaba en ese rato (en el cuartel). Si era del servicio de inteligencia, debe estar enterado. No creo que me torturen en el cuartel y nadie sepa ahí”.
Después de todo este tiempo, la Tercera Fiscalía Superior Penal Nacional, dirigida por Luis Landa, ha dado la autorización para que la Sala Penal Nacional abra por este caso un juicio oral contra Víctor La Vera, jefe de Urresti. “Puse la denuncia el 7 de junio del 88 y no se sabe cuándo va a terminar el caso”, solloza indignada.
Landa es también quien pidió 25 años de prisión contra Urresti por el asesinato de Bustíos.
Los daños no solo quedaron perpetuados en la memoria de Sonia Muñoz. Las placas que le sacaron reflejan los restos que quedaron de la bala alojada en su cabeza y la situación se agrava por su edad. Operarla ahora es riesgoso y los médicos le advirtieron que esas partículas, con el tiempo, pueden causar la paralización de una de sus extremidades.
Por mandato judicial, Sonia volvió a su viejo hogar en Huanta hace dos años. “Mi casa se quedó abandonada y deshecha”, dice con amargura. “Prácticamente me botaron sin nada. Han arruinado mi vida”. (Xiomara Rayo)
Publicado en Caretas, el 30 de marzo de 2015